Ana Osaba: la mirada tranquila detrás de Musula
Desde su taller en Bilbao, Ana Osaba y su madre, Mus Cruz, dan vida a Musula, una firma que ha conquistado el mundo con su mezcla de color, artesanía y alma. Lo que comenzó como un proyecto familiar se ha convertido en una marca presente en más de quince países, reconocida por su técnica soutache y por piezas que transmiten historia y carácter. Ahora, Musula presenta Balmoral, su nueva colección, un homenaje a la elegancia atemporal y al poder del detalle. una propuesta que reafirma su compromiso con la belleza hecha a mano y con una forma de crear que no entiende de prisas, sino de emociones.
“Musula nació en 2009, casi sin plan”, recuerda Ana. “Yo venía de otro mundo, pero siempre había tenido una conexión muy profunda con las manos que crean, el diseño y la moda. Empezamos mi madre y yo cosiendo en casa, sin pensar demasiado en lo que estábamos montando. Poco a poco vimos que aquello no era un pasatiempo, que había algo más serio detrás: una forma de entender el tiempo, la belleza y el trabajo bien hecho. Y cuando las primeras clientas empezaron a emocionarse con las piezas, entendí que aquello tenia alma y podía convertirse en algo mayor”, explica.
Fundó la firma junto a su madre y ese vínculo sigue siendo el corazón del proyecto. “Trabajar con mi madre es trabajar con mi origen”, confiesa. “Ella domina la técnica del soutache con una maestría que solo dan los años y la paciencia; yo diseño las piezas, imagino las formas, los colores y las proporciones. Pero en realidad no hay fonderas: lo que yo dibujo, ella lo traduce en hilo, y lo que ella ejecuta, a mí me inspira a seguir buscando. Nos movemos en un diálogo constante entre precisión y emoción. El soutache es nuestro idioma compartido”, asegura.
Cuando se le pregunta cómo definiría la esencia de Musula, Ana lo tiene claro: “Musula es tiempo hecho joya. Nuestro estilo nace de la contradicción que más nos define: piezas monumentales que apenas pesan, colores intensos pero sempre equilibrados, un lenguaje antiguo expresado con mirada actual. No seguimos tendencias; seguimos un tiempo. Cada joya está pensada para durar, para acompañar, para ser heredera. En el fondo, Musula es eso, una manera de entender la belleza como algo que no pasa de moda porque no nació para la prisa”.
Sus diseños se inspiran en mujeres que sienten antes de hablar, “esas que no buscan llamar la atención, pero dejan huella”. Cada colección nace de una emoción concreta: a veces de un color que no suelta, de una piedra que parece tener voz propia o de un recuerdo que se transforma en forma y textura. “También me inspiran los tejidos antiguos, la naturaleza del norte, la luz cálida del sur. No diseñamos pensando en la moda, sino en crear algo que emocione hoy y dentro de diez años”.
La técnica soutache llegó a su vida “como quien se reencuentra con algo que ya conocía”. “Siempre me han fascinado los hilos, la pasamanería, todo ese universo tan nuestro, tan goyesco y español. El soutache me permitió llevar esa tradición al terreno de la joya, darle una nueva lectura. Es una técnica muy precisa, muy exigente, que no persona la prisa. Me cautivó su ritmo, su elegancia contenida y la posibilidad de construir volumen solo con hilo y paciencia”.
El proceso creativo comienza siempre desde lo más pequeño. “Aquello es un color, una piedra o simplemente una sensación. A partir de ahí empieza un trabajo metódico: elegir las sedas, construir las líneas, equilibrar los pesos. Cada pendiente pasa por muchas horas de prueba, corrección y silencio. No hay prisa; no hay oficio. Cuando por fin una pieza encaja, lo sé sin pensar: tiene armonía. Y entonces, ya puede salir del taller, no sin antes probármelo personalmente para ver cómo baila”
Los materiales, explica, son el punto de partida. “Trabajamos con hilo de rayón muy fino, piedras semipreciosas y cristales. No busca ostentación, sino equilibrio. Cada material tiene su voz, y nuestro trabajo consiste en escucharla hasta que todas suenen en armonía”. En el taller, cada creación comienza con un pequeño ritual: extendiendo un pañuelo de seda crudo sobre la mesa antes de empezar. No es superstición, sino respeto. La seda protege las piezas, pero también marca un inicio, un silencio que recuerda que lo que hacen no es producción, sino un trabajo de manos y de alma.